22 octubre 2007

Paladines

¡¡Peste de vida urbana!!. Ahí me tenían ustedes, esperando pacientemente en el paso de cebra a que algún energúmeno recordase lo que le que le habían enseñado en la autoescuela sobre el código de circulación y la preferencia de los peatones, deseando que a cualquier amable ciudadano le apeteciese dejarme cruzar al otro lado de la calzada, a pesar de que tenía perfecto derecho – además de prioridad – para hacerlo. Lamentablemente, estuve esperando casi cuatro minutos hasta que un coche de autoescuela – ¡qué paradoja! – frenó convenientemente, gentileza a la que correspondí con un leve gesto de agradecimiento con la mano y una medio sonrisa al aprendiz de conductor que, en actitud de alerta felina, se aferraba literalmente al volante tratando de que no se le escapase ni el más mínimo detalle de lo que sucedía en su micro universo móvil y alrededores.

El tiempo de espera fue el suficiente como para que me fijase en un policía local que estaba a escasos tres metros de mí, pero que daba la espalda al tráfico y que no movió un mísero músculo para solventar la situación, a pesar de mis furibundas miradas de reproche. Estaba custodiando responsablemente a cuatro obreros, que se encontraban afanados en unas obras en las conducciones subterráneas del agua, convirtiendo la calzada en una trinchera de Sarajevo, todo cascotes, ruido, vallas metálicas y conos de plástico fosforescente. El aspecto del agente era formidable: de no más de treinta años, con un metro ochenta cumplido de estatura, gozaba de una corpulencia digna de consideración, fruto de horas de esfuerzo y sudor de gimnasio. Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho y su gesto era impasible, convenientemente aderezado por unas gafas de sol de dudoso gusto. Irradiaba seguridad y mala leche por cada poro de su piel– requisito indispensable, según creo, para acceder a un puesto de tal magnitud –.

Pensé en cuál era el origen de la pose, de dónde salían esas habilidades cuasi divinas que lo situaban por encima del bien y del mal y, como es lógico, a años luz de un humilde y vulgar ciudadano. Mientras cruzaba, por el rabillo del ojo y gracias a una visión fugaz, alcancé a solucionar el enigma. A la altura de la cintura, en una funda de cuero negro, estaba la fuente de su poder: una pistola semiautomática, fabricada en polímeros sintéticos y acero, amenazadora e inquietante, a pesar de no ser otra cosa que un objeto metálico inanimado. Capaz, no obstante, de segar una vida humana en menos de un segundo.

Debo confesar que al llegar a la otra acera me envolvió una cálida sensación de seguridad. Nada malo puede pasarme si estoy en manos de semejantes paladines. Caballeros andantes del siglo XXI, dedicados en cuerpo y alma a desfacer entuertos, siempre dispuestos a desenfundar ante el menor problema, al más puro estilo de OK Corral. Dignos sucesores de Billy el Niño, patrullan por la ciudad, imitando perfectamente lo aprendido en películas y series norteamericanas ¿Cómo preocuparse por un paso de cebra cuando la seguridad del Estado depende del correcto acoplamiento de dos cañerías?. Es necesario – me dije – No se entienden medidas de seguridad menos contundentes en una ciudad como la mía, tan conflictiva y convulsa como para dejar al Bronx a la altura de un jardín de infancia. Me lancé una seria reprimenda mental por hacer gala de tan poco sentido cívico, cuando debería estar agradecido al servidor público y su mortal complemento. ¿¡Cómo no me he dado cuenta hasta ahora, maldita sea!? En los días que corren, es indispensable un arma de fuego para regular el tráfico, sancionar a conductores que aparcan donde no deben, vigilar obras urbanas y defender el Archivo General de la Guerra Civil de los ataques de las hordas independentistas provenientes de las siempre malditas tierras catalanas. No se preocupen, queridos lectores. Daré cumplida cuenta del siguiente tiroteo.

5 comentarios:

web master dijo...

jajajaja, qué bueno, me has arrancado unas cuantas sonrisas Cesar, hay que ver cómo está la autoridad, menos mal que no había por la calle una temible viejecilla octogenaria porque esas son las peores te lo digo yo, nunca se sabe qué pueden llevar en esos enormes bolsos.

Anónimo dijo...

Hola. Soy Policía Local y he estado regulando el tráfico, haciendo controles y de más cosas.Y me gustaría comentarle que como en todos los trabajos, hay de todo.Yo amo mi profesión y a veces me indigna ver a personas que no merece tener la placa, no obstante hay muchas personas que aun estando en tráfico, nos jugamos la vida, y un ejemplo es cuando paramos vehículos y encontramos drogas,armas blancas, armas de fuego,etc.Si un Policía desenfunda el arma sin estar en peligro su vida o la de terceros, es víctima de una seria sanción, de modo que no retrate a la Policía como en las peliculas del oeste, pues puede que tenga una visión distorsionada y afectada por la televisión. En fin, me gustaría que lo tuiera en cuenta y no ridiculizar a la Policía que al fin y a cabo,puede que un día nos necesite.

Aitor Lourido dijo...

hola querido Lord:

amigo, podría relatarte casos de gente conocida, incluso de compañeros de clase durante el instituto, que han optado por servir a la patria a sangre y fuego... Además, hay un catálogo variado: ejército, Benemérita, Policia Nacional (ojo, antidroga...). Y algunos otros casos que, por lo me cuentan, están ya en la línea de salida para llegar al mismo final...

El problema, querido Brithuss, es que ninguno de estos paladines tiene el suficiente aplomo mental como para sobrellevar semejante carga. Y no sólo la pistola, que ya es bastante, sino de lo que siginifica su trabajo. Ninguno de mis conocidos debería ser guardián de nuestra seguridad. Y sin embargo lo son...

Dicen que "mola eso de llevar pistola" y que su capacidad de intimidación les otorga una satisfacción indescriptible...

En fin, que mediante tu retrato he visualizado a más de uno...

Un abrazo.

Brithuss dijo...

Queridos lectores y a pesar de ellio amigos:

Elvira: Bienvenida de regreso!!! Pensé que te habías perdido. Y sí, queridos amigos, tras ese seudónimo tan noble se esconde mi auténtico nombre: César. (¡Sigh!, lástima de anonimato) Ahora me resultará difícil esconderme de lectores airados que quieran inflarme a collejas, como es el caso. Bienvenida una vez más Elvi. Y gracias por visitarme

Estimado policía anónimo: Agradezco mucho su comentario porque me da la oportunidad de matizar y la crítica siempre despereza. Si tiene usted tiempo libre sufciciente, le sugiero que se dé una vuelta por el resto de artículos publicados en el blog. Podrá comprobar que el tono en muchos de ellos es irónico y satírico. Tanto usted como yo compartimos el punto de vista sobre la labor e importancia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Es por ello que, a través de la sátira, he pretendido ridiculizar precisamente a aquellos a los que usted menciona como desmerecedores de la placa. Evidentemente, no pretendo generalizar, ya que es un defecto peligroso en cualquier esfera, junto con la aplicación de etiquetas gratuitas, que no ayuda a aproximarse a la auténtica realidad de una profesión - no sólo de ésta -.

De mi grupo de amigos de la infancia - no del "nutrido" e insípido de conocidos - más de la mitad son Policías Nacionales, ejercientes o aspirantes y me he cansado de hablar con ellos justamente de éste tema: de los malos servidores de la Ley (que, lamentablemente abundan). Es por ello que me creía con cierta legitimidad para criticarlos. No obstante, le pido sinceramente disculpas si ha podido sentirse aludido y/o ofendido y le agradezco, aún sin conocerle, su servicio a la ciudadanía. Le invito a que siga visitando esta página para continuar intercambiando impresiones sobre éste u otros temas.

Aitor: Como ya he dicho, conozco muy bien y muy cercanamente a servidores públicos, por lo que éste episodio - real y no ficticio, me gustaría puntualizar - me pareció la excusa perfecta para dar un toque de atención. Gracias por tu fidelidad.

Salud y buenos alimentos para todos

web master dijo...

ups!