25 septiembre 2007

Bibliofilia

Ahora que dispongo de algo de tiempo libre, puedo retomar los vicios sanos: la lectura, la degustación de mis manjares favoritos, los paseos bohemios o el abandono a la más indecente de las perezas. No obstante, y en lo que se refiere al asunto de los libros, estoy un poco harto de mi entorno de lectura habitual, agazapado sobre el escritorio, con el flexo calentándome las orejas y encorvado sobre las páginas como un ilustrador medieval. Así que me he dicho “Nada mejor que acudir al espacio adecuado para leer tranquilo y, además, cambiar de aires; por si fuera poco, necesito algo de caminata. A la biblioteca se ha dicho

La idea que tengo de una buena biblioteca es la de un centro de interacción entre libros y lectores, un templo de la letra impresa donde el conocimiento flota como una neblina invisible que invade cada rincón, un espacio dedicado a la lectura y el estudio, con un fondo bibliográfico amplio, ejemplares actualizados y de autores con autoridad y calidad contrastada; un reducto silencioso donde exprimir cada letra, cada línea, cada párrafo. Y si, además de todo esto, el entorno es hermoso, podríamos estar hablando de un paraíso terrenal o, al menos, de una pequeña parcela. Con esta imagen mental me dirigí a una de las numerosas bibliotecas de la ciudad – ventajas de vivir en una ciudad universitaria – babeando de antemano por el agradable rato que iba a pasar, adentrándome en los entresijos de la historia contemporánea, en uno de los edificios más bellos y emblemáticos del casco urbano.

El desequilibrio entre mi idílico modelo bibliotecario y la cruda realidad me provocó un profundo disgusto, una marcada sensación de desengaño que limitó mi sesión de lectura a unos incómodos 15 minutos y que me hizo jurar que no pisaré una biblioteca nunca más para algo distinto a la retirada o devolución de ejemplares en préstamo. ¿Las razones? El escaso mimo y respeto que damos en este país a la cultura, por un lado, y la vergonzosa ausencia del más mínimo atisbo de urbanidad y educación por otro.

El edificio donde está ubicada la biblioteca es de una belleza innegable, aunque está pésimamente planificado como centro de lectura y estudio. La remodelación del edificio histórico no tuvo en cuenta, en su momento, los más elementales criterios sobre comodidad e insonorización: el interior está forrado en madera, por lo que, con cada paso que se da, por felino que sea, se levantan más crujidos y quejidos de tablones que en un galeón del siglo XVIII. El único espacio de lectura existente está a escasos metros de la puerta de entrada y en la planta baja, por lo que el trajín de público hace imposible que haya más de veinte segundos de silencio.

El hecho de que el mostrador de atención al público y préstamos esté también a escasos dos metros de la inservible sala de lectura, no ayuda precisamente a crear un clima propicio. Por no hablar de los puntos de acceso público a Internet, que comparten espacio con el funcional pero incómodo mobiliario de la sala en cuestión, y que son los responsables de un enervante y continuo murmullo de teclear. Sumen ustedes unos incompetentes funcionarios que ¡¡atienden un escandaloso teléfono!! como si estuvieran en el recibidor de sus casas y tendrán un extraño y bullicioso punto de encuentro de estudiantes, lectores jubilados de prensa y bibliófilos curiosos – este último adjetivo aplicado con todas mis reservas, la verdad sea dicha –. Creo que en un mercado de verduras hay mucho más sosiego.

Tampoco es de mucha ayuda la actitud de los hipotéticos lectores: Deambulan por todas partes con una desenvoltura y una falta de educación alarmante, arrastrando las sillas como en un aula de educación primaria, hablando en el mismo tono en el que lo harían en una cafetería o en la misma calle, incluso ¡¡contestando al teléfono móvil!!, violando una quietud que debería ser casi monacal. Imagino que a ninguno de estos incívicos usuarios le han explicado que una biblioteca es un espacio de cultura, silencio y recogimiento, y no un mero almacén de libros. Cuando, un tanto sorprendido y molesto, me acerqué a una de las bibliotecarias para buscar otro rincón, me quedé estupefacto del todo:

- Perdone, ¿hay alguna otra sala de lectura en las plantas superiores que sea más tranquila que ésta?

- No, sólo tenemos ésta... pero... ¿qué pasa, está la gente hablando o qué?

(Silencio)

- No, no se preocupe, imagino que no estaré acostumbrado. Trataré de buscar un rincón un poco más apartado. Muchas gracias de todas formas

- Nada, nada

Tras este surrealista diálogo - de viva voz, nada de susurros, no crean - fingí cambiarme de puesto y posé mis ojos inmóviles sobre la página durante unos instantes, antes de recoger mis bártulos y marcharme para no repetir la experiencia jamás. Cuando volvía de regreso a casa, añorando mi escritorio despejado, mi flexo impenitente y un ambiente hogareño, que entonces me pareció tan tranquilo como un cementerio, me di cuenta que en este país, a no tardar mucho, las bibliotecas serán naves industriales ubicadas en las afueras, con libros amontonados de manera descuidada en un océano de ruidosa tecnología y gritones e irresponsables buscadores de DVD’s.

5 comentarios:

Aitor Lourido dijo...

pero qué bueno eres Brithuss!!!! sí señor!!

Me ha gustado mucho, hasta me he reído. Te imagino y te veo tal cual.

La cosa está clara: como no se lee, no hay rincones para la lectura. Hasta las bibliotecas son mancilladas, qué horror.

Hablando de bibliotecas. Un día iré a la Biblioteca Nacional. Se puede ir a leer, aunque no a consultar, o eso me han comentado (a no ser que te saques el carnet de investigador). Seguro que allí hay gente seria con ganas de aprender algo. No creo que haya universitarios... ejem, ejem...

Luego saldré e iré a tomar algo al café Gijón, enfrente.

Ya sabes que te espero en Madrid para cuando quieras. ¿Te imaginas al Contubernio en el Gijón? Quién sabe, a lo mejor nos acaban poniendo un plaquita...

Un gran abrazo.

Fernando dijo...

Hola poderoso lord

Muy hermosa la redecoración de su castillo.

Respecto a la biblioteca en cuestión, la de la Casa de las Conchas si no me equivoco, pues solo puedo darte la razón, no es una biblioteca al uso porque el edificio incluso aunque hubiera sido profundamente reformado no permitía hacer una biblioteca estatal con todos los requisitos de fondos, servicios y espacios que requiere, puesto que es la biblioteca dependiente del Ministerio de Cultura en Salamanca. En vez de eso han logrado hacer una relativamente buena biblioteca de préstamo, con fondos bastante amplios y bien organizados pero nunca pensada para estudiar o investigar en ella.

Como contrapunto en Salamanca te puedes encontrar la Biblioteca Pública Municipal de Garrido, de inmensos espacios, en general usuarios silenciosos en las partes más alejadas de las zonas normales de tránsito y aún escasos fondos bibliográficos.

No obstante en la casa de las Conchas siempre puedes refugiarte para leer tranquilamente o estudiar en el último piso del ascensor donde se encuentra la sección local y regional así como los libros de oposiciones y que en general es un área muy tranquila donde hay alguna mesa y sillas para poder leer a gusto, también el área de hemeroteca y de revistas suele tener un ambiente bastante agradable; si no te convence, y sin irte hasta Garrido, la Biblioteca Municipal Gabriel y Galán tiene una sala de lectura, pequeña y vetusta, de esas que casi irradian cultura por sus rincones y huelen a tinta impresa, donde se suele estar muy cómodo para leer o estudiar.

De momento no creo que haya que ser tan apocalíptico como para afirmar que las bibliotecas se vayan a transformar en naves industriales pero si es cierto que su democratización y su intento por captar a más usuarios mediante recursos audiovisuales, utilización de la informática etc están transformando en parte su estructura y presencia que no ya su espíritu porque la cultura es cultura en cualquier soporte.

Aún así de un apasionado bibliofilo como yo y casi experto en bibliotecas por haber pasado mucho tiempo en ellas, se entiende y se comparte la nostalgia, pero hay que irse adaptando, creo, no nos queda más remedio, verás dentro de 10 años cuando lo común sea el libro electrónico...

Brithuss dijo...

Estimados lectores y a pesar de ello amigos:

Contemplador Azul: En estos dos años largos de blogoactividad me he dado cuenta de que, en muchas ocasiones, estaría perdido sin sus consejos y recomendaciones de la más diversa índole. Muchas gracias por la orientación. Tendré en cuenta lo que indica vuecencia. No obstante, he de reconocer que las bibliotecas nunca fueron plato de mi gusto para concentrarse. Por algún motivo, nunca se me vio el pelo en ellas cuando tenía que bregar con la carrera. Y la experiencia que he relatado no es que me anime precisamente. Aunque no pierdo la esperanza y me fiaré de su experiencia. Le mantendré informado de los progresos.

PD: Jamás abandonaré a mis adorados libros de papel. Por mucho libro electrónico de marras. Antes, muerto

Aitor: Me acordé mucho, pero mucho del Contubernio la tarde de la nefasta experiencia. Sabes que coincidimos en los planteamientos y las reflexiones al respecto.

Por lo que se refiere a la Biblioteca Nacional... en fin, no puedo comentarte lo que he sabido hace dos días. Te mandaré un correo privado y llorarás. Lo de la visita a Madrid y el café Gijón... cuenta con ello. Las grandes guerras empezaron en rincones mucho más inocentes. Salud y buenos alimentos

web master dijo...

Jajajajajajajajaja, te diré que la última vez que estuve en eso que llaman biblioteca la experiencia fue bastante similar a tuya, debí aguantar 20 minutos: el de enfrente escribiéndose cosas con su compañero y de risitas, la de al lado sin hacer nada y cambiando de sitio los numerosos artilugios de estudio que había traído (que paradoja) y la otra todo el rato mandando mensajes con el móvil... amén de el resto de gente hablando y moviéndose sin parar.
Te lo digo en serio, yo leo mecho mejor en el metro o en parque que en una biblioteca, ¡manda huevos!

Brithuss dijo...

Elvira, querida mía:

Si es lo que yo digo. Estaba asqueado de mi fiel escritorio, de mi habitación rodeado de mis cosas; despreciaba mi santuario, por decirlo así, sin darme cuenta de que es el mejor sitio donde puedo estar para intentar llenarme el cerebro con cosas que merezcan la pena. Un abrazo fuerte y eleva mis alabanzas a "dios" Sus discípulos "rezaremos" para que no se pierda en el metro ;-) Besos surtidos.

L.B.