
En este viaje hacia la forja de nuestro carácter y nuestra personalidad, los años más cruciales e intensos son los primeros, cuando aún somos unos niños, moldeables como arcilla húmeda y receptivos a todo como esponjas. En esa temprana época pasamos la mayor parte del tiempo en la escuela, y nuestros profesores, aunque no son los primeros y únicos responsables de nuestra educación, juegan un papel fundamental. Pueden dejar en nosotros una huella imborrable, tanto positiva como negativa, por lo que todos recordamos al buen maestro – al igual que al malo – para siempre.
El trabajo de enseñar a los demás me parece de los más difíciles, sacrificados y menos reconocidos que existen. Y a pesar de todo, ellos siguen en la brecha, día a día, luchando contra recursos insuficientes, planes de estudio, programas educativos mal diseñados y rostros tras los pupitres, comodones y sin interés. Fortificados ante las pizarras, con la tiza como única arma, intentan pertrechar a sus alumnos para una guerra que va a durar para siempre: La de enfrentarse a la vida con los muebles bien colocados en la cabeza y los pies pegados al suelo. Ante sus ojos pasan generaciones de mocosos alborotadores, a los que ven transformarse paulatinamente, primero en adolescentes y más tarde en adultos, sin que ninguno de ellos suela reconocer lo importante que ha sido en su vida.
Y eso no va a pasar en mi caso. No me educaron así.
Quisiera que estas líneas sirvieran de tributo a mi profesor favorito – a quien, por discreción y respeto ocultaré bajo la identidad de señor M. –. Me dio clase de Ciencias durante los últimos años de EGB y ejerció de tutor durante dos cursos consecutivos, por lo que todos sus alumnos tuvimos oportunidad de conocerlo bien, charlar sobre infinidad de asuntos y resolver problemas cotidianos. Me encantaba el señor M. Era serio, pero nunca severo. Muy al contrario, cuando la situación lo requirió, se portó con nosotros como puede hacerlo un padre o un tío comprensivo. De ademán relajado, en muy pocas ocasiones le escuché alzar la voz o enfadarse. Era atento en lo referente a su aspecto. Tenía un bigote cuidado que le daba un porte muy digno y respetable. Alguna vez recuerdo que usó pajarita. Me fascinaba el hecho de que era tremendamente educado y que, a pesar de que trataba con niños, nos escuchaba como si fuésemos adultos, mirando a los ojos y sin condescendencia o altivez. Imagino que todos le queríamos mucho y quiero creer que él a nosotros también. El día del profesor le regalamos un maletín, pagado entre todos, y le saltaron las lágrimas. Durante mi estancia en el colegio fue un ejemplo para mí y agradezco que me dedicase parte de su tiempo.
Hace muchos años que no sé nada de él. Me dijeron que, durante una temporada, se dedicó a la política en su ciudad. Creo que llegó a ser alcalde. Desconozco si continúa enseñando pero, si se ha retirado, es una pérdida para nuestro sistema educativo porque profesores como él no abundan. Me gustaría saber qué fue de su vida y, si es posible, tomarme un café o almorzar juntos, charlando sobre aquellos años y darle las gracias personalmente. De todas maneras, valga este testimonio como muestra de cariño y respeto. Gracias, señor M.
4 comentarios:
Todos tenemos profesores que, de una manera u otra, para bien o para mal, han marcado enormemente el curso de nuestras vidas. Yo recuerdo varios, pero había uno en especial que fue también mi tutor en los últimos años de EGB que marcó profundamente mi senda y me dejó una impronta muy importante, lamentablemente los últimos años no han sido muy buenos para él, las nuevas generaciones no parecen llevarse muy bien con sus métodos tradicionales de enseñanza y ahora me cuentan que acumula derpesiones y continuas bajas a la espera de su jubilación porque los alumnos parece ser que tampoco son lo que eran...
Imagino que tampoco los alumnos son iguales. No digo que fuéramos querubines inocentes, pero algo sí que ha cambiado en este tiempo. Sería bueno sentar a alumnos por un lado y profesorado por otro para buscar soluciones: dialogar, escuchar, en lugar de tanta reforma y tanta leche.
Es de bien nacidos ser agradecidos.
También hay profes basura, yo tuve una en parvulitos que ahora es una anciana que vive cerca de mis padres.
Esa zorra miserable nos pegaba a todos. El motivo que tenía para pegarme a mí en especial era el siguiente:
Yo aprendía más rápido que el resto de mis compañeros porque les sacaba seis meses a la mayoría, y eso es tan terrible como para que te peguen...
También, también tuve profesora basura. A una compañera y a mí nos tenía totalmente amargados por ser distintos (no quisiera entrar en detalles) o por ser un poquito más lentos en determinadas materias. Con el paso de los años supe que no éramos los únicos y que muchos padres se quejaron, además de los nuestros. Era una amargada y descargaba sus frustraciones con nosotros, imagino. Recientemente falleció después de una enfermedad fulminante y, si no puedo decir que me alegrase, tampoco lloré de pena. Lo que más gracia me hace es que creo que pocas personas la recuerdan con cariño. Mientras, otras muchas personas hacen amigos con cada gesto, con su actitud. Porque no todo van a ser malas personas.
L.B.
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