
Como no solo de Internet vive el hombre, aprovechando que estamos en verano, las vacaciones y todo eso, decidí darme una vuelta el fin de semana pasado, para desengrasar las habilidades sociales, tomar una copa y que me diese un poco el aire, que ya llevaba un tiempo acartonado, y no quiero ir por ahí desprendiendo olor a naftalina.
La primera parada estaba dedicada a la cena. Decidí tomar un bocadillo y unas patatas en la barra de un bar, escondido en una calle secundaria, casi vacío y de apariencia, cuando menos discutible. Tenía aspecto de local de alterne barato y suplía la ausencia de comensales con la música casi en el límite admisible de decibelios. A pesar de ello, la comida no estaba mal del todo y calmó a mi desesperado estómago. La siguiente decisión fue la del establecimiento adecuado para tomar un whisky. La zona de moda no estaba lejos del tugurio de la pseudo cena, así que no le di muchas vueltas. Me decanté por un sitio pequeño con terraza. Los clientes parloteaban de pie al aire libre, aprovechando la buena temperatura, los vasos en la mano y el radar del sex appeal a pleno rendimiento.
Y es que, salvando honrosas excepciones, la vida nocturna se reduce casi exclusivamente a la búsqueda de rollete. Para los que estamos fuera del mercado pero somos curiosos, observar el comportamiento de la manada resulta fascinante, dada su efectiva simplicidad. No es que todavía se lleve eso del estudias o trabajas, pero tampoco hay demasiadas variaciones: "Oye, tu cara me suena muchísimo. ¿Pasas por aquí a menudo? ¿Me dejas que te invite a una copa?" Los movimientos del ballet del ligoteo son escasos y de sobra conocidos, pero no por eso menos utilizados.
Miradas lanzadas a distancia, sonrisas y cuchicheos, lenguaje corporal enviando señales sutiles como cañonazos, encuentros aparentemente casuales a lo largo de una noche dedicada al baile, al alcohol, a Paquito el Chocolatero, al regetón... En mitad de la vorágine, con un poco de suerte, un amor de verano o un polvete sin compromiso, que para gustos, colores. Unos y otras juzgan, evalúan, tantean y eligen, pasan a cada aspirante por su escáner particular, casi siempre sin prestar demasiada atención al interior pero alertas a los músculos, el bronceado, la minifalda o el escote, natural o quirúrgico, preguntándose por las habilidades sexuales de cada cual, o tal vez deseándolas para disfrute propio. Frivolidades aparte, esto es lo que hay, lo ha sido siempre y no creo que cambie en el futuro. No me sorprende ni me molesta. Tan solo me parece curioso lo unidireccionales que somos a veces.
Así las cosas, me dediqué a buscar caras conocidas – ventajas de vivir en una ciudad minúscula –, a saludar a gente a la que hacía mucho que no veía, a las charlas intrascendentes y al Etiqueta Negra mientras la cacería se desarrollaba a mi alrededor. Al mismo tiempo que las ninfas de la noche paseaban sus encantos y los enffants terribles las perseguían como perritos falderos, desempolvé todos los recursos de mi oratoria más desenfadada para preguntar por ese compañero de instituto, para contar alguna anécdota reciente, cotillear sobre la boda de fulano o sencillamente para salir al paso del acoso de algún pesado con demasiadas copas encima. Lo pasé muy bien, sinceramente.
6 comentarios:
Fantástico relato.
Es ciertamente increible la cantidad de matices que pueden observarse si uno está atento a la salvaje cacería ritual que ocurre en los mercados de carne de nuestros antros nocturnos.
Si que es curioso ver que aunque la técnica pueda cambiar sensiblemente, el modus operandis y el resultado final sea siempre el mismo. Y también es distinto cuando uno siente, que ya no está dentro de la manada.. se siente tranquilidad o envidia?????
Saludos
yo también veo ahora los toros desde la barrera...y a veces veo cosas que dan la risa o vergüenza ajena y me pregunto como podía yo ser feliz en ese mundo...
Lo que más gracia me hace es que a mí nunca me dió resultado esa delicada telaraña de seducción. A mí me eligieron (como creo que les ha pasado a muchos) y hasta que la diosa Fortuna le de la gana, aquí seguimos. Me da un poco de rabia eso de saber con absoluta certeza que no podría ligar ni aunque quisiera (Sigh)
Para matar ese gusanillo, me dedico al vouyerismo social, como podéis ver
L.B.
Magnífico relato, esto sí que es poder de observación.
Respecto a lo de ligar, tengo que decir que tristemente, las veces que han quirdo ligar conmigo (pocas, poquísimas) no me he dado cuenta hasta que alguna amiga me ha dicho al día siguiente: "Pero, hija, si te miraba con cara de querer..., ¿no te fijaste en cómo te cogía la cintura mientras hablabas?" Pues no, tengo la fea costumbre de mirar a los ojos de la persona con la que hablo y si la conversación me interesa, no me doy cuenta de nada más, muy triste para mí en aquellas épocas pretéritas...sniff.
Pues yo estando en el mercado también disfruto de ese vouyerismo, pero mi visión no es tan optimista como la tuya...sobre todo a partir de las cuatro de la mañana, q la llamo la hora de las rebajas y ya...sálvese kién pueda del acoso!Tal vez por eso llevo tiempo sin estar a esas horas en tuburios...la Diosa Fortuna tendrá q venir a mí a otras horas.,)
Relinda (sin-blog)
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