Cuando más jodido estás y peor opinión tienes de esta mierda de vida, van unos amigos y te rescatan del naufragio del día a día. Posiblemente, casi con total seguridad, el mundo, tu mundo, no mejore ni un ápice, pero durante algunas horas - un par de días en el mejor de los casos - creas una burbuja y te dan igual los problemas, o por lo menos, toman otro color más atenuado. Las heridas sangran menos y las cicatrices de viejas batallas no escuecen. Eso parece.
Y lo mejor de todo es que no hay que complicarse mucho la vida, cuando los rescatadores son gente de ley y atestiguan con cada acto, con cada palabra que sí, que son de esos que, en caso necesario, se comen doscientos kilómetros al volante tan sólo para preguntarte qué tal va la cosa y darte una sincera palmada en la espalda.
Bastan buena mesa, buen vino y algún libro que otro para que el reloj pise el acelerador. A veces, también ayuda un poco de tabaco de pipa y algo de tiempo transcurrido desde el último encuentro, como pretexto para ponerse al día, sobre todo. Sobrevuelan la estancia recuerdos y certezas, cafés pasados y aventuras futuras que te sumergen en uno de esos placeres olvidados y maltratados actualmente, que es la conversación, imprescindible para los clásicos griegos y romanos, a quienes desentierro de nuevo con admiración y respeto estos días.
Ya sea con paté, queso y burdeos blanco, costillas y tinto navarro o con pulpo y alvariño con olor a salitre, sobre el tapete, boca arriba, temas universales e inagotables por compartidos y apasionantes. Glorias y tropelías de antaño, rarezas literarias o musicales rescatadas de algún rincón, citas para reflexionar, anécdotas laborales y mundanas, amores platónicos y ansias carnales, recomendaciones gastronómicas... y alguna partida de póker, por qué no. Lo divino y lo humano, ya me entienden. Con un par de fieles amigos, un whisky con hielo y una buena conversación, ya me pueden ustedes ofrecer una tonelada de Bonos del Tesoro que no se me mueve ni un pelo, qué quieren que les diga.
Todo lo bueno se acaba, sin embargo. Y regresan los nubarrones de la cotidianidad, el tedio y la superficialidad callejera ¡¡Cielos, que no se alce el sol!!. De nuevo, las punzadas de la soledad y la desesperación de hallarse en la cubierta del Titanic, tratando de achicar el agua con un dedal, al menos hasta que dos socarrones rescatadores te arranquen de la zozobra existencial una vez más, arrimando un bote a babor, con una buena propuesta de menú y novedades en los bolsillos, remando a tierra firme temporalmente. Hasta entonces pues, hermanos. ¡¡Aúpa el trueno!!
Y lo mejor de todo es que no hay que complicarse mucho la vida, cuando los rescatadores son gente de ley y atestiguan con cada acto, con cada palabra que sí, que son de esos que, en caso necesario, se comen doscientos kilómetros al volante tan sólo para preguntarte qué tal va la cosa y darte una sincera palmada en la espalda.
Bastan buena mesa, buen vino y algún libro que otro para que el reloj pise el acelerador. A veces, también ayuda un poco de tabaco de pipa y algo de tiempo transcurrido desde el último encuentro, como pretexto para ponerse al día, sobre todo. Sobrevuelan la estancia recuerdos y certezas, cafés pasados y aventuras futuras que te sumergen en uno de esos placeres olvidados y maltratados actualmente, que es la conversación, imprescindible para los clásicos griegos y romanos, a quienes desentierro de nuevo con admiración y respeto estos días.
Ya sea con paté, queso y burdeos blanco, costillas y tinto navarro o con pulpo y alvariño con olor a salitre, sobre el tapete, boca arriba, temas universales e inagotables por compartidos y apasionantes. Glorias y tropelías de antaño, rarezas literarias o musicales rescatadas de algún rincón, citas para reflexionar, anécdotas laborales y mundanas, amores platónicos y ansias carnales, recomendaciones gastronómicas... y alguna partida de póker, por qué no. Lo divino y lo humano, ya me entienden. Con un par de fieles amigos, un whisky con hielo y una buena conversación, ya me pueden ustedes ofrecer una tonelada de Bonos del Tesoro que no se me mueve ni un pelo, qué quieren que les diga.
Todo lo bueno se acaba, sin embargo. Y regresan los nubarrones de la cotidianidad, el tedio y la superficialidad callejera ¡¡Cielos, que no se alce el sol!!. De nuevo, las punzadas de la soledad y la desesperación de hallarse en la cubierta del Titanic, tratando de achicar el agua con un dedal, al menos hasta que dos socarrones rescatadores te arranquen de la zozobra existencial una vez más, arrimando un bote a babor, con una buena propuesta de menú y novedades en los bolsillos, remando a tierra firme temporalmente. Hasta entonces pues, hermanos. ¡¡Aúpa el trueno!!
2 comentarios:
Ordene que siga tocando la orquesta como si no pasara nada amigo. Tenga cuidado con las grandes olas y repose ante las calas gloriosas en que vadeaban los piratas. En lugar de whisky (a mi me da arcada) pásese al ron y vuelva a la realidad, a la lucha diaria contra sus fantasmas...
Gracias por volver, échaba en falta sus comentarios, aunque le noto demasiado reflexivo.
Estimado grumete:
Gracias por la fidelidad, algo tan inusual en la blogosfera. Al menos el espíritu se ensancha al saber que tengo un lector fiel. Lo de la trascendencia me va por etapas, pero tranquilo, marinero. No solo de angustias vive el hombre. En algún momento se alzará de nuevo mi alter ego, marchoso y carnavalero.
L.B.
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