26 mayo 2006

Abuelo cebolleta

Pues allí estaba yo, curioso y alerta ante el inminente inicio de la adaptación en pantalla grande de la obra más controvertida de los últimos años, El Código da Vinci, al igual que el reducido grupo de espectadores que habían elegido la primera sesión del día del estreno, por eso de evitar las aglomeraciones, a la misma hora a la que los toreros se juegan el tipo frente al morlaco de turno. Antes del comienzo de la cinta - de la que ya hablaré en otro momento - las distribuidoras, que son más listas que el hambre, previendo una afluencia masiva de público, adosaron el trailer de la próxima superproducción de marras, al más puro estilo Made in USA con la que nos bombardearán en breve. Se trata de World Trade Center, la punta de lanza de una avalancha segura de películas, telefilmes, culebrones, etc. cuyo tema de fondo es el segundo día de la infamia en la historia reciente de gringolandia: el 11S.
Celuloide aparte, el avance en cuestión me trajo a la memoria todos mis recuerdos de aquel día. A pesar del tiempo transcurrido, aunque hemos visto una y mil veces imágenes a cuál más horrenda, escuchado testimonios desgarradores y la fecha en cuestión ya está grabada a sangre y fuego en los libros de Historia, no puedo olvidar esa tarde de Septiembre.
Recuerdo los apuntes - al día siguiente tenía un examen de Publicidad y Relaciones Públicas -, dejados de cualquier manera ante la mesa del salón y la tele, porque lo que importaba era lo que se veía, no las estrategias de marketing y buzoneo. Recuerdo el nudo en el estómago y la certeza, a pesar de la distancia, de que aquello iniciaba una nueva era. Las llamadas de teléfono, asombrado: "¿Lo has visto? Increíble, esto es la Tercera Guerra Mundial por cojones. Sí, sí, lo estoy viendo desde las tres y media. No sé, pero seguro que si están bien, llamarán. Vale, te llamo luego. Sí, resérvame un ejemplar de cada. Si, del ABC también". Tampoco se me olvida el zapeo frenético buscando unos datos que se conocían con cuentagotas y los profesionales de los medios, desbordados por completo ante semejante acontecimiento. Cuando se derrumbó la primera torre, como si estuviera hecha de naipes... otra certeza, esta vez fría como el hielo: "Joder, esto está pasando de verdad".Los días, meses y años se suceden inexorables, pero los recuerdos permanecen.
En el futuro, si alguien me pregunta, podré recuperar esos recuerdos, junto con algún otro de una mañana de Marzo, que también cambió las cosas y decir, en plan abuelo cebolleta "Sí, yo viví aquello". Y podré contarle a quien pregunte lo que no dirán, ni las películas ni los libros. Pero bueno, eso será en otro momento, porque ahora, las luces ya están apagadas y Tom Hanks corretea por el Louvre en busca de la Mona Lisa

2 comentarios:

Octavio dijo...

El 11-S es el mejor ejemplo de memoria episódica (o ese proceso cerebral que ocurre llamado x) que podemos tener (junto con el 11-M). Yo también volvía de un examen de fisiología neuronal, y creame cuando le digo que estuve una media hora dudando de la veracidad de los hechos (sobre todo por la localización de donde estaban ocurriendo).

Anónimo dijo...

Ese día terminé mis exámenes y llegaba a casa para comer, no pude tragar ni un bocado.
Luego fui a la biblioteca y nadie estudiaba, todos formábamos corrillos sin que los encargados intentasen hacernos callar. Fue un momento para no olvidar.

P.D. Casi no puedo leer la palabreja, y no soy una máquina (ya me gustaría...)