27 enero 2006

A cielo raso

Se cumple el primer aniversario del derrumbe de viviendas en el barrio del Carmelo de Barcelona, originado por las obras del metro de la Ciudad Condal. Se dice pronto, pero son 12 meses sin poder dormir en la cama propia, 52 semanas sin poder abrir la puerta de una vivienda considerada como un hogar, que huele a entorno familiar y a puchero, 365 días que han pasado entre las cuatro paredes, confortables pero frías de un hotel o de la casa de un familiar, que sigue sin ser el techo propio al fin y al cabo.
Y no sólo se trata de la sensación de distancia o el materialista sentido de propiedad privada. A todo este disparate se suma la pérdida, del todo irreparable, de fotografías, recuerdos, documentos y bagatelas que conforman el pasado y el devenir de cualquier persona, de cualquier familia.
Imaginemos el cuadro por un momento: Estamos tranquilamente viendo la tele después de comer, en zapatillas y luchando contra la modorra que impone la tradicional siesta. A estas intempestivas horas suena el timbre y, al abrir la puerta, nos da un vuelco el corazón al ver a un uniformado policía local – Mosso d’escuadra, que es lo mismo –. Pensamos en lo peor, obviamente, como un accidente de un familiar o cualquier otro nefasto anuncio por el estilo. Pero no, toda la parafernalia tiene que ver con el derrumbe de hace unos días. Nos dicen que tenemos que abandonar la vivienda cuanto antes y en un par de horas apenas podemos hacer una maleta y coger los papeles más importantes, como los de la hipoteca y poco más.
Muchas personas vivieron esta secuencia de acontecimientos o alguna similar y, la mayoría de ellos no volvió a entrar en su casa nunca más. Porque hubo que derribar más bloques de viviendas, adyacentes a la “zona cero”. Impotentes, los vecinos vieron como las palas mecánicas devoraban – literalmente – los muebles de la cocina, esa que compraron con toda la ilusión y esfuerzo, los cuadros del abuelo, los electrodomésticos casi nuevos y mil y una fruslerías más, sin valor material pero que duelen, duelen como si arrancasen pedacitos de memoria con un hierro candente. Una vida entre los escombros. También los comercios del barrio se vieron afectados y, los dueños de las tiendas han pasado un año, o bien con la persiana echada o con un nudo en la garganta al ver cómo el género se iba llenando del polvo procedente de las excavadoras, las únicas mironas frente a los escaparates.
Ha sido un trago duro para el Carmelo y las heridas todavía supuran, a pesar de que los afectados – al menos un alto porcentaje de ellos – ya están ubicados en pisos nuevos o de protección oficial. Pero empezar de cero es difícil, muy difícil. Sobre todo para los que siguen saludando al recepcionista del hotel como si fuera la vecina del quinto.Lo peor de todo es que éste infierno está tan solo empezando para muchos vecinos de Santa Coloma de Gramanet, que hace pocos días vieron cómo una explosión de gas, durante una reparación, segaba dos vidas, dejaba doce heridos y se llevaba de cuajo toda una fachada, estoqueando de muerte otros edificios cercanos. Dentro de un año también hablaremos de ellos y de su particular Via Crucis.

2 comentarios:

AZOTE DE INFIELES dijo...

Según las últimas diligencias judiciales sobre el tema del Carmel, resulta que se modificó el proyecto inicial de la Obra Civil sobre la marcha, sin los estudios técnicos pertinentes.
En mi pueblo, y en el código penal, tiene nombre. El apellido, falta o delito, ya se verá. Pero nombre tiene. A ver qué pasa ahora.

AZOTE DE INFIELES

Brithuss dijo...

Pues no sabía nada pero, desde luego es un agravante serio. Invertir en ladrillos da mucho dinero y la forma de hacerlo es lo de menos, lo que importa es llenar la saca, sin tener en cuenta criterios de calidad en la construcción o seguridad, tanto de los obreros como de los futuros inquilinos. Por no decir nada del más sencillo sentido común. Como está el patio, amigo.

LB