12 octubre 2005

Abuelito dime tú

Cuando estoy harto de todo, después de sufrir unos meses de estrés, cuando creo que me sobrepasa el día a día y necesito un respiro... me doy una vuelta por tierras andaluzas. No se que tendrá Andalucía pero me relaja, me encanta su atmósfera, sus paisajes, el encanto de su gente que, con ese acento, más que hablar, parece lanzarle un órdago a la vida, para reírse en las narices de los problemas. Quizás, el hecho de que entregase mi corazón a una malagueña tiene algo que ver, quién sabe. Sea como fuere, entre pescaíto frito – ¡benditos boquerones al limón! –, molletes antequeranos y copitas de manzanilla he pasado unos días estupendos.
Pero no puedo quitarme del vicio de la tele, qué le vamos a hacer y, claro, a zappear se ha dicho. En uno de esos viajes vertiginosos, mando a distancia en mano, alguna tarde que otra he parado en Canal Sur, creo, para ver, en la franja de la sobremesa a un Juan y Medio inconmensurable, con gracia, con un sentido del humor fresco y sin demasiadas vueltas de hoja... Vamos, que además de hacer reír se lo pasa en grande. Una de las secciones que más éxito tiene entre los seguidores de su programa es una que creo que se llama Se acabó la soledad. En este apartado, personas de una cierta edad – la media suele estar en torno a los cincuenta – busca una pareja o acompañante que alivie la soledad que el divorcio, la viudedad o las vueltas del destino les han plantado en la puerta de casa. Es sorprendente el alto grado de éxito que tiene esta especie de Media Naranja para mayores, pues muchas son las parejas que han encontrado un segundo amor en la vida o, cuando menos, un compañero/a para que comparta las alegrías y las penas, para dar un paseo y tomar un café a media tarde. Hasta aquí todo perfecto, entrañable incluso. Ojalá que el éxito mantenga a Juan en parrilla durante muchos años más.
Pero veo una segunda lectura – son las que más me gustan –, y es que, para poner en antecedentes al público en el plató y en casa, Juan y Medio presenta a cada solicitante haciendo un pequeño recorrido por su vida a través de preguntas sencillas sobre su pasado, su familia, sus experiencias y, de esta manera se va desvelando la historia, el carácter y las necesidades de cada cual. Y he aquí el meollo: con el pretexto de buscar una pareja, casi sin querer, conocemos historias apasionantes, experiencias trágicas, románticas, valientes, ... Todo un abanico de peripecias que daría para escribir unos cuantos libros si estos hombres y mujeres de la tercera edad – ¡qué poco me gusta ese término! – quisieran hacerlo.
Todas esas historias persisten, guardadas en la recámara de la memoria de nuestros abuelos, esperando a que alguien las extraiga del baúl de los recuerdos. Tengo la suerte de tener una abuela estupenda, que goza de toda la buena salud que le permiten sus 88 años y, siempre que tengo oportunidad, le tiro de la lengua con cualquier pretexto para que me cuente – con sorprendente calidad en los detalles – sus vivencias, costumbres y cotilleos de antaño. Le brillan los ojos casi siempre que recuerda, y se ríe a mandíbula batiente recordando alguna de sus picardías – inocentes hoy – de juventud.Mientras noto aún el sabor del salitre andaluz en el cielo del paladar, imágenes de abuelos abandonados, antaño en gasolineras, hoy en residencias, se entremezclan con otras de nietos que juguetean con venerables personajes que, mientras rumian recuerdos, se preguntan cuántas horas extras más tendrán que cubrirle las espaldas a sus hijos que, ¡pobrecitos! trabajan demasiado. Y es que hoy en día se trabaja mucho pero, para escuchar lo que tienen que decir las enciclopedias vivas de nuestra historia reciente, apenas hay tiempo. ¡Qué le vamos a hacer!. Tenía que haberme traído de vuelta a casa un poco de Andalucía en un tarro, envasada al vacío, para cuando me doy cuenta de cosas así

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