14 septiembre 2005

Heridas con nombre de mujer


Con las imágenes y el dolor del 11S todavía frescas en la memoria y en el alma, los Estados Unidos, primera potencia mundial, recibe un mazazo del que ni todos los misiles del mundo pueden proteger: el capricho de la Naturaleza. El huracán Katrina, además de destrozar hogares e infraestructuras, ha levantado la alfombra para que todos podamos ver la porquería que Bush desliza con disimulo cuando barre su casa. Ante la manifiesta incapacidad de su Administración para gestionar una crisis sin precedentes en la historia reciente del país, su índice de popularidad cae en picado en las encuestas – el único dato al que parece dar importancia –.
Las heridas que ha infligido Katrina son más profundas y difíciles de curar de lo que parece. El fantasma de la discriminación racial vuelve a pulular por las tierras del sur, lo que autores como Truman Capote denominaron la América profunda, los menos afortunados, poniendo de manifiesto una vez más que no todos somos iguales ante la desgracia y que el tan trillado sueño americano no es más que eso, un tópico pisoteado.
Ante un futuro incierto, cientos de ciudadanos se preguntan qué harán los gobernantes por ellos, cuándo terminará la pesadilla y cómo van a salir del agujero en el que han caído. Bush promete ayuda rápida y equitativa para blancos y negros, asegura que hará todo lo que sea necesario para hacer de Nueva Orleans lo que un día fue. A pesar de los días que han transcurrido, muchos cuerpos sin vida siguen flotando en las aguas estancadas, ante la incapacidad, impotencia o la indiferencia de las autoridades, recordando, a los estadounidenses y a todos los que observamos atónitos la magnitud de la desgracia, que las cosas nunca serán como antes. La cuna del jazz, el blues y el soul tardará mucho tiempo en sonreír y en contagiar su alegría al visitante.
El golpe ha hecho doblar las rodillas al gigante, pero me pregunto si alguien recuerda que, mientras nos tomábamos los turrones no hace tanto, el sudeste asiático sufría otro desastre similar y que miles de personas todavía hoy intentan rescatar su vida de los escombros. Las semejanzas entre ambos casos asustan. Las diferencias en la manera de tratar el desastre y en asignar una ayuda que es igualmente necesaria en el otro lado del mundo también meten miedo. Es lo que tienen las catástrofes, que sacan a la luz lo mejor y lo peor de cada uno, no se salva nadie. Ni siquiera nosotros.

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