
Hace unas noches, en uno de los habituales paseos zapeadores por la programación del sábado noche, lamentable por otra parte, vi como en Salsa Rosa, baluarte del periodismo de investigación, anunciaban para después de la pausa publicitaria una entrevista con un personaje a quien me costó reconocer al principio. Desprovisto de maquillaje, con ropa de hombre y con semblante sereno me sorprendió PoZí, uno de los freaks de la factoría Sardá. El presentador adelantaba una entrevista en profundidad a este señor, para conocer detalles de su vida pasada y presente, para ver la otra cara del bufón televisivo. No tuve estómago para ver la entrevista, aunque imagino que el tono de la misma no fue demasiado serio.
Con este avance, un montón de preguntas empezaron a resonarme en la cabeza: ¿Tenemos derecho a reírnos sin más de las personas que son diferentes? ¿Es que acaso pervive en nosotros ese morboso interés por los fenómenos de la parada de los monstruos de las antiguas ferias ambulantes? Me pregunto qué ocurre en las cadenas televisivas para que, en programas de máxima audiencia, gente como Javier Cárdenas, descubridor del personaje en cuestión junto con Jesús Quintero, cuya única labor parece ser encontrar gente de este estilo, se ría sin complejos de personas que, lejos de la atención del gran público, no dejarían de ser los raros del barrio.
Ni defiendo ni ataco a estos programas y profesionales pero parece evidente que, por encima de otros intereses está la dignidad de las personas, esa que ni un millón de entrevistas serias podrían devolver a PoZí o a otros tantos que han paseado por los platós para que escupamos nuestras carcajadas ante sus miserias.
Posiblemente, gente mucho más entendida que yo empezaría a argumentar que los freaks no hacen daño a nadie, y que lo único que quieren es que se les reconozca por la calle y sentirse famosos – ¡qué peligroso virus éste del ansia de notoriedad! –, que una carcajada alarga 10 segundos nuestra vida, qué se yo... Incluso habrá quien esgrima estudios demográficos, encuestas y demás milongas para hacerme entender la sociedad en la que vivimos y para hacerme comprender que reírse de los demás, no sólo no es malo sino que es aconsejable para el tracto intestinal. O soy demasiado estúpido o vivo en una sociedad distinta, donde no podemos usar a los demás como si fueran objetos de goma, sacos de arena o bufones de usar y tirar.
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