06 agosto 2008

Primero, segundo y postre

Aunque no la presencié en primera persona, puedo imaginar la escena perfectamente, según me la describía mi amiga por teléfono, mientras me hacía partícipe de su indignación y su vergüenza ajena.

Media tarde avanzada o, lo que es lo mismo, hora del cóctel. Galería de arte enclavada en uno de los mejores y más salerosos hoteles de una ciudad costera del Mediterráneo - de cuando la beautiful people -. Casi todas las obras con más de tres cifras en el precio y la belleza del arte expuesto pujando, mano a mano, por sobresalir entre cuchicheos, falsedades, sonrisas no del todo sinceras y multitud de "llámame un día de estos y lo comentamos con calma". Total, la frívola parafernalia típica de estas lides, que tan flaco favor hace casi siempre a los auténticos profesionales del ramo. Y lo peor no es este ambiente tan superficial.

A un observador extraterrestre le habría resultado extraño comprobar que, aunque la sala era espaciosa y las obras estaban bien repartidas e iluminadas en la estancia, casi todos los invitados se encontraban apelotonados en una misma zona. La del cátering y los canapés. Allí, como si no hubieran visto un plato de comida en su puta vida, se daban codazos por meter las pezuñas, sacar tajada y engullir como auténticos cerdos todo lo que se ponía a tiro. No me hace falta haber estado allí para apostar a que más de uno alabó las virtudes del autor en cuestión - con la boca llena y salpicando de migas a sus interlocutores, por supuesto - mientras sus ojos pasaban fugazmente sobre las obras para centrarse enseguida en lo realmente interesante de la exposición. La comida. No me extraña que mi amiga sintiera vergüenza cuando, una de sus jefas en la galería, de origen holandés, le comentó, entre divertida y asqueada "Mira los españoles, cómo se pelean por la comida". Hubiera reaccionado del mismo modo que ella, saliendo de allí, para ocultar el sonrojo ante una verdad tan hiriente y la rabia por no poder dar punto y final a un espectáculo tan lamentable.

Catering

Eso sí, hizo lo que pudo. Tuvo que, de forma elegante y lo más disimulada posible, esconder - sí, sí, esconder, como lo leen - algunos platos para que le quedara algo a los invitados que aún faltaban por llegar. Una de las empleadas de la empresa de cátering no daba a basto cortando lonchas de jamón de una lustrosa pata porque, nada más depositarlas en el plato, desaparecían entre las fauces de aquellos hijos de puta. Si han tratado de cortar jamón alguna vez, seguro que saben que es algo complejo y lento, si quiere hacerse bien. Ante el desequilibrio entre el ritmo de corte y el de masticación de semejantes tragones, la muchacha, resignada, tuvo que abandonar el jamón para dedicarse a otras tareas menores. No podía creer lo que mi amiga me contaba, aún indignada al teléfono, horas después de presenciar el "cuadro". Los invitados, ni cortos ni perezosos, se habían lanzado sobre la desprotegida pata de jamón para cortarla - mal - y comerla - peor - ellos mismos hasta acabar con ella por completo y dejarla en el hueso, lista para hacer caldito. Puede parecerles una exageración. Les juro que lo que les cuento es verdad y que, quien fue testigo de todo esto, me merece la más absoluta confianza.

Jamón

Y como guinda, erigiéndose en el colmo de la desfachatez, me habló de una elementa que estaba presente y a la que, en los círculos sociales, artísticos y culturales de la ciudad se la conoce como "La Piraña", pues su único fin en la vida parece que es salir a la caza y captura de eventos de este estilo para, previa auto invitación, ponerse hasta el culo de todo lo que se tercie. Una defensora a ultranza de la filantropía, vamos.

No sé si es por herencia de la posguerra, porque nos atrae el concepto de "gratis" como la mierda a las moscas o porque nuestra condición - de españolitos de a pie y de seres humanos - no puede alcanzar cotas más bajas. Igual es cosa de genética, quién sabe. Lo cierto es que, ante episodios como este, de los que yo mismo he sido testigo en reuniones y celebraciones de todo tipo, sólo le entran ganas a uno de desaparecer en lo más profundo de una gruta, en plan oso cavernario, por los siglos de los siglos. Y que al resto le den bastante por donde cargan los camiones, al menos hasta que cierre la barra libre.

Para colmo, al final de la noche, las responsables de la galería advirtieron que una de las piezas expuestas - una pulsera - había sido sustraída de su lugar de exposición sin que nadie se diera cuenta. Lo que les decía. Que algunos, encima de hacer de putas, ponen la cama. Y que no somos más que un despreciable atajo de gentuza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Para algunos animales de dos patas, todo vale si hay comida por medio y es gratis, por supuesto.Seguramente al salir de la galería, esos energúmenos no hablarían sobre la preciosidad de las obras expuestas, sino de lo ricos que estaban los canapés. En realidad, son unos gorrones, a cada uno hay que llamarle por su nombre. Mai

Brithuss dijo...

Asi es Mai. Casi con seguridad, el arte les importaría un pimiento. Bueno, un pimiento no, porque se lo comerían pero que sé lo que dices.
Lo que más me fastidia es que la escena se desarrolló en un entorno teóricamente de buen gusto, dinero de sobras, educación y esquisitez (creo que estaba presente la concejala de cultura del Ayuntamiento, incluso). Y es que aunque sea millonario, un cerdo siempre será un cerdo

L.B.

PD: Gracias por visitarme y por comentar, últimamente pierdo lectores a la velocidad de la luz. No me suenas de mis "comentadores" habituales ¿Puedo preguntarte cómo has encontrado la página? Salud y buenos alimentos

Anónimo dijo...

Cariño y yo que me queria anotar al club de las pirañas...
Me has concieciado, la verdad es que estos bochornos son habituales entre la beautiful people porque ya se sabe
son arribistas, leáse, de niños pasaron el hambre hereje (bien por pobres o por ser niños de papá a dieta).
Besos,

Rosanil