21 mayo 2007

Los malos de la peli (...I)


El caso es que iba a escribir de otro asunto, pero qué quieren que les diga. Uno tiene límites en su paciencia, y también su corazoncito, no nos engañemos. Después de casi un mes sin pasar la escoba por mi castillo, me toca quitar las telarañas mientras juro en arameo. Es una lástima. Les cuento.

Había quedado con unos amigos para cenar y, con la conciencia ladrando por dedicarme a la vida social y no a mis obligaciones – muchas y urgentes –, me dirigía al restaurante en el que estaba citado, observando el entorno y recopilando munición para mi artículo. Después de una sabrosa y abundante cena vegetariana – aprovecho para desmontar mitos al respecto –, del placer de la agradable y larga conversación y de la mejor compañía, una vez en casa, me puse el pijama y me hice una infusión calentita, dispuesto a machacar el teclado. Tenía la televisión encendida, para escucharla de fondo, como hilo musical de tercera división. Cuando encendí el ordenador en una de las cadenas comenzaba una película de mediados de los ochenta, un film con un Sylvester Stallone joven, haciendo de poli al borde de la ley; un papel de esos planos y sin exigencias que le sientan tan bien. El caso es que la nostalgia pudo con un servidor y me planté en el sofá dispuesto a rememorar momentos cinematográficos impagables y a suspirar con frases del estilo de El crimen es una enfermedad, y yo soy el remedio.

No aguanté más de quince minutos. Y no es que el cine de pésima calidad no me guste, según en qué momentos. Es que, uno de los innumerables tópicos de la película hacía referencia a la profesión de un servidor, y ya estoy harto de la imagen que se da de los periodistas en las películas, las series y demás mandangas.

Si hacen ustedes memoria, seguro que se darán cuenta que el cine americano – que es el que consumimos de manera mayoritaria y el que nos educa silenciosa y perniciosamente – ofrece una visión del periodismo que se acopla a dos modalidades claramente definidas. La primera es esa que equipara la profesión periodística con la policial, haciendo del informador una especie de investigador privado, que se arrastra por los lugares más sórdidos y oscuros, en busca de esa fuente, anónima y confidencial, que le dará la puntilla a una investigación que tiene entre manos y que le hará acreedor de respeto en la redacción y, probablemente, de un premio Pulitzer. El periodista anda por ahí correteando, sacando fotos subrepticiamente, grabando a escondidas esa declaración esclarecedora y huyendo de los malos que le quieren pegar un tiro para silenciarlo. Es el periodista héroe.

La otra modalidad es la del periodista buitre. No se le muestra como individuo, sino como masa chillona y agobiante a la salida de un juzgado o de una comisaría. Los protagonistas de la película hablan de ellos como de la peste negra, ya que hay que evitarlos y, a ser posible, apartarlos del lugar de los hechos para que no hagan preguntas. Lo único que hacen los periodistas, en este caso, es incomodar al héroe, pegándole el objetivo o el micro a la cara, gritándole de manera aleatoria cuestiones a la velocidad de la luz y garabateando desquiciados sobre un bloc de notas – ¡Un bloc de notas, en plena revolución tecnológica! –. Este tipo de profesional es algo así como un perro de caza, un sabueso de olfato hiper desarrollado para la casquería y el escándalo, que vendería a su madre por una exclusiva. Por algún motivo, llegan a los sitios casi al mismo tiempo que la policía y su función principal en las tramas cinematográficas parece ser la de relleno o, como mucho, la de mosca cojonera.

Desde luego, esa no es la realidad periodística. Es cierto que se trata de tópicos y que hay que tomarlos como tales; lo malo es que con los tópicos pasa como con algunas mentiras: que a fuerza de repetirlas, corren el riesgo de convertirse en verdades, en dogmas de fe. Y esas verdades de papel calan poco a poco en el público, que no conoce – no tiene por qué – la realidad de la profesión y, lo que es peor, en algunos periodistas que se meten en ese traje pensando que así desempeñarán mejor su papel, que están donde y como se supone que deben. Viendo lo que hacen algunos de mis compañeros, no me extraña que la gente confirme las sospechas que le puedan surgir al ver alguna super producción americana.

Con el permiso de ustedes y con toda humildad, trataré de desmontar estos tópicos para hablarles de qué va de verdad esto del periodismo, aunque tendrá que ser en un artículo futuro, porque en éste ya he soltado toda la bilis que tenía reservada para hoy. Hasta ese momento, voy a darme de cabezazos contra la pared, preguntándome por qué no le habré hecho caso a mi padre y a su obsesión por la abogacía.

5 comentarios:

Batsi dijo...

Mmmmm, no sé. Creo que no me gustan los abogados, más que cuando los necesito de defensores. Pero me parece que la mayoría son muy corruptos (OJO:digo la mayoría-no todos). Sabés que el periodismo es la profesión de mis sueños así que te apoyo que continúes en eso, chico.

Una peli dónde me gusta el papel que hace una periodista y me fascina tanto es "La vida de David Gale". No sé cómo la habrán titulado en tu país pero si no la has visto, te la recomiendo. Es sensacional. Además es un tema verídico.

Un beso y mil gracias por el ratito. Eres un dulce.

capitan dijo...

Recuerdo ke un actor con cara de malo y ke hacia buenas actuaciones era klaus kinsky.

Themis dijo...

UHM!!!
Afortunadamente, no le hicistes caso a tu padre...

Aitor Lourido dijo...

Mi tan especial amigo y compañero de profesión:

suscribo de arriba a abajo, de izquierda a derecha y de dentro a fuera todo lo que aquí has plasmado. nadie lo explicaría mejor. por cierto, una vez, entrevistando a un investigador privado, éste me dijo que su profesión y la mía eran muy parecidas, primas-hermanas. en fin, yo no creo en los periodistas-detective, me parece una distorsión tan mastodóntica de la prifesión que ni merece mi anteción.

bueno, siempre quedarán algunas películas de calidad excepcional que sí dan el perfil del periodista honesto y decente. y sobre todo, que ansía hacer que su audiencia sea cada día un poco mejor. Buenas noches y buenas suerte en poco más de tres minutos de película, estampa magistralmente la esencia del periodismo. el discurso (real y verdadero, pues así fue) del protagonista, tanto al principio como al final de la película, nos da el verdadero pulso de la profesión. palabras que he estampado en mi blog, pues creo que habrían de sentar cátedra.

un saludo compañero. juntos podremos!

Anónimo dijo...

Chico, tiras con dardo, ¿eh? Pero sí, no puedo más que darte la razón. A mí también se me desborda la bilis cuando asisto a la elevación de según qué tópicos a la categoría de dogmas de fe. Sí, soy periodista. Sí, no me conformo con lo que me dicen las fuentes oficiales. Y sí, soy un inconformista. Pero no, no soy un detective de novela negra ni un "revuelvemierdas" en busca de una verdad que me dé un Pulitzer. Creo que, entre todos, deberíamos hacer algo (algo hacemos ya, pero no sé si suficiente) para que se sepa a qué se dedica un periodista.
Salú, zagal, y a seguir así...
Por cierto, date una vuelta por la contraria, que algo he vuelto a escribir (lacontraria.blogia.com)