Me debo estar volviendo mayor o ser un excéntrico recalcitrante porque echo de menos la antigua barbería. Estaba en una de las calles principales de mi ciudad y fui asiduo desde que era pequeño hasta que se jubiló el barbero, hace unos cinco o seis años. Se trataba de un establecimiento exclusivamente para caballeros, de esos que había antes, con las paredes alicatadas con azulejos blancos, un espejo enorme de una pared a la otra, pintura al gotelé y butacas de barbería que, de lejos, parecían sillones de tortura. El barbero, educadísimo, tenía esa camisa o bata corta que usaban antaño los de su profesión, con un peine siempre en el bolsillo superior y de un blanco inmaculado. Iba impecablemente vestido y sus manos estaban siempre pulcras – de manicura – y prestas al trabajo. Había una mesita baja, frente a los sofás de cuero de imitación – terriblemente cómodos –, con la prensa del día, sin un número atrasado en más de veinte años y, como una sola concesión a los más dicharacheros: la revista Hola. Amarillismo, si, pero con clase.
Frente a las dos butacas de trabajo, en un mostrador de mármol, toda una colección de productos que, por las etiquetas, rememoraban épocas pasadas: Patrico, Floïd, Old Spice,… Y ese olor a tónico capilar, tan característico, que guardaré en la memoria para siempre. También había un esterilizador de los años cincuenta o sesenta, tijeras, un secador y “maquinas” de corte sin cables, porque eran manuales. A un lado, junto al afilador y la brocha, una navaja brillante y un bote de acero con polvos de talco. En una Juke Box como las de las películas americanas, música de esa que hace temblar al caballero más flemático: Boleros de siempre, algo de copla ocasionalmente y tangos de Carlos Gardel.
Cuando era pequeño, el barbero ponía una tabla apoyada en los antebrazos de la butaca para poder cortarme las greñas. Conforme me hacía mayor, me regalaba comentarios y confidencias sobre mujeres, fútbol y algo de política, aunque sin profundizar. El ambiente solía ser silencioso, nadie hablaba más de lo necesario. En veinte años jamás entró una mujer en mi presencia, exceptuando la esposa del barbero, para dejar la prensa o dar algún recado rápido. Aquello era territorio masculino – que las lectoras perdonen esta mención, un tanto machista – y todo el mundo lo sabía.
Un día, superada con creces la pubertad, después de cortarme el pelo en silencio y con Gardel diciendo “Adiós muchachos, compañeros de mi vida”, el barbero me preguntó en voz baja: “¿La barba también?” Tenía la cara con aspecto carcelario y me pareció buena idea. Además, en todo el tiempo que llevaba como cliente, me hizo sentir realmente un hombre por primera vez. Y viví en primera persona el delicioso ritual y la experiencia única de ser afeitado por un profesional, con su toalla caliente, su navaja experta y su after shave que olía a cuando La Habana era la perla del Caribe. Nunca podré afeitarme como entonces, con ese apurado perfecto y la perilla como delineada con láser. Desde entonces, cada vez que tenía una boda o un acontecimiento importante, donde el aspecto fuera crucial, iba a la barbería. Bastaba con decir “Servicio completo”. Si, lo cierto es que lo echo de menos.
9 comentarios:
Mmmmmm... a mi me molesta también que en la peluquería entren hombres. A veces cuando nos tiñen el cabello nos vemos horribles con el tinte en la cabeza, o con alguna otra de esas tonterías que nos hacemos las mujeres para lucir más bellas y luego entran hombres para dejarse cortar el cabello y nos ven asi. ¡Qué horror! ¿Y si ese chico que entró y me vió con ese menjurge en la cabeza luego lo veo en un bar?
Por otra parte 8 Euros es baratisímo. Lo menos que pago cuando voy a la peluquería sólo a que me corten las puntas y hagan un arreglito ligero, con lavado y secado me cuesta 35 euros. :O
Por los cálculos que he hecho debees tener unos... ¿35? ¿40 años? :)
Besos
JAJAJAJA Guine!!!!
Me ha encantado tu comentario, sobre todo porque confirma mi teoría de que soy mucho mayor de lo que pensaba y, de no serlo, es seguro que lo parezco por lo que escribo. Me hace muchísima gracia. Nací en Febrero de 1977. Un saludo
L.B.
mi peluquera en lugar de revistas tiene la Play, genial!
Muchas gracias ---->
Oh, ahora me he que sorprendida. No me imaginaba que eras tan jovén, ¡eres un bebé! :)
Pero en tus articulos muestras una madurez increíble.
Besos anonadados.
Te agradezco el cumplido de la madurez, Guine. Un saludo y gracias por la fidelidad al blog.
L.B.
Yo también iba a un peluquero como el que dices cuando era pequeño, la descripción del establecimiento coincide totalmente. Ahora, tenía revistas de caza y pesca en los sillones de espera.
El muy cabrón se iba quedando bizco, y m e hacía trasquilones. Esa barbería sigue abierta, pero ya no voy ahí.
Voy a otro sitio con una historia muy particular, digna de un blog entero.
Ocho euros está muy bien de precio. A mi me cobran 6 pero no me lavan el pelo...
Me ha encantado eso que dices sobre el afeitado porque cuando voy a la peluquería no puedo resistir la tentación de que me hagan la manicura, sé que en casa me lo hago yo muy bien, pero eso de que lo haga un profesional...
Vaya, lo que da de si un rato en la peluqueria... Pues imaginate si hicieras lo mismo que yo, que voy despues de comer y no salgo hasta las 8 o mas tarde... que si tinte, que si base de color, que si decolorara, cortar, secar, peinar... y entre pelo y pelo... 40 euros fuera del bolsillo!!
La peluquería, mi gran ruina...jaja!!
Besos, socio!!
Ay, el placer de un buen corte de pelo!!!
Yo voy una vez al més, sin excepción. El pelo me crece bastante rápido.
Ahora que me mudé de casa vuelvo a la peluquería que me llevaba mi padre de pequeño, donde de verdad cortan el pelo y se dejan de invenciones y peinados raros.
No tiene la decoración que tu mencionas pero sabes que no saldras ni con trasquilones ni con cosas extravagantes en la cabeza.
Un abrazo.
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